Nuestra relación con la Muerte; Una necesidad antropológica

Nuestra relación con la Muerte; Una necesidad antropológica

Hablemos de la muerte y un poco más

  El ser humano, tan simple y a la vez complejo como suena, simple por la manera tan frecuente con la que mencionamos nuestra etiqueta primordial de la estadía en nuestros días, a veces, como un dícese sinónimo de la palabra persona. ¿Sin embargo cuánto hace que podemos llamarnos seres humanos? Al menos en el concepto refinado con que nos asociamos hoy en día. Puesto la especie a la que pertenecemos existe más o menos hace unos dos millones y medio de años, con la aparición del género Homo, podría considerarse como punto de inicio para el Paleolítico o Edad de Piedra, época de nuestros ancestros evolutivos más cercanos.

  Los seres humanos formamos parte del grupo de los primates, que incluye algunas especies como los gorilas, los chimpancés y los orangutanes. Compartimos con ellos varias características que no tienen otros mamíferos, como uñas planas en los dedos en lugar de garras, manos, el dedo pulgar oponible, sin embargo, empero las grandes similitudes, los seres humanos tenemos rasgos biológicos distintivos como un córtex prefrontal más desarrollado y la postura erguida que nos permite aún en el presente, caminar en dos extremidades. Esta suerte de distinción evolutiva, llamándose asar o destino, según sea la creencia, por no decir misterio, puede hacernos pensar de manera metafórica, las ventajas que da el mirar a nuestro alrededor desde una postura erecta y emplear las manos como una extensión que permitió a nuestros antepasados, crear, en lugar de ser tan sólo un apoyo para caminar. Pensemos en todo aquello que se obtuvo entonces al mirar al cielo desde una nueva posición, no parece poco ¿verdad?

  El hombre primitivo fue aquel hombre del presente en vivo y en extremo, aquel cuyo medio le exigía estar presente, puesto que en el exterior podría haber grandes amenazas y oportunidades para sobrevivir; obtener comida, esconderse de depredadores, conseguir agua e identificarse con los compañeros quienes formaban parte de su natural y primigenia forma de existencia, aquellos que podrían en sus esfuerzos conjuntos, preservar su supervivencia. Estos y otros elementos fueron los componentes de su diario vivir, al menos hasta algún tiempo. Puesto que poco a poco y mientras nos crecía el cerebro por las posibilidades que se atribuyen a la evolución, tales como la ampliación de nuestro carnívoro menú en el que obtuvimos una mayor cantidad de proteína que nuestros parientes primates o quizá, al estar de pie bajo el sol, así como el desarrollo incipiente de pequeñas comunidades que de a poco nos protegían y nos obligaban a prosperar. Fue así, como corresponde desde la visión de Edgar Morin en el hombre y la muerte (1994) que un buen día logramos percatarnos de la presencia de la muerte del semejante, no sólo de aquellos restos de carroña de la cual nos alimentábamos o alimentos móviles que aprendimos a cazar, sino aquella de ese ser que, en definitiva, ayer estaba con nosotros y de un de repente ya no, algo había cambiado, la muerte se había presentado.

  Lo primero que se piensa acerca de alejar los cuerpos de donde yacían los vivos, gracias a los hallazgos que nos ha brindado la antropología, de igual manera, mencionado por Morin (1994) es la necesidad de hacer la separación de los cadáveres, cuya característica en su proceso de existencia es la de la deconstrucción, con lo cual el olor a podredumbre podría atraer la amenaza de nuevos depredadores. Por lo que se dice en la historia de la tanatología, podría haber surgido la primera generación de sepulturas hace varios miles de años, para además dejar bajo tierra a estos seres que se parecían a sus semejantes, pero que a la vez se habían convertido en seres distintos, los muertos.

  En esta época es dónde comenzaban poco a poco a aparecer estos rasgos humanizantes, cuya oportunidad de estar en sociedad permitía el nacimiento de nuevos tiempos para filosofar de manera primitiva y preguntarse por todo aquello que se tenía alrededor. Con lo que surge el Homo Sacer, el sacerdote, el hombre sagrado. Aquel capaz de inventar las más grandes y maravillosas explicaciones para todo aquello que no entendía, siendo quizá la muerte una de las incógnitas más inexplicables para él. En aquel periodo cosmogónico el exterior intentaba ser comprendido a través de los más elocuentes paralelismos, dónde el sol podría ser este objeto padre o dador de vida, un ser divino, con sentimientos humanos como la cólera y el amor. El hombre al estar en ese espacio comenzó a través de su conciencia de muerte, aunque inicial, a hacer una suerte de proyecciones de sí mismo para entender las maravillas de la creación de aquel mundo con la finalidad de asirse a él y quizá proveyéndole algo de control ante lo inevitable, la muerte. Esta reflexión no intenta descalificar la existencia de un Dios, ente, energía, ni ninguna otra divinidad personal a quien, de manera propia, puedo recurrir, sin embargo, como otro ser, me pongo en sus pies descalzos para entender que, desde su necesidad, surge la mitología, puesto cada uno tiene derecho a crear o creer en su propio Dios. Después de esta aclaratoria, me permito continuar con este texto.

  En los mitos cosmogónicos alrededor del mundo, podemos encontrar diversas narrativas, sin embargo, como diría Jung, el inconsciente colectivo nos marca y da la casualidad de mostrarnos lo comunes, quiero decir originales, que son nuestras creaciones divinas, apareciendo con algunas similitudes alrededor del mundo, compartiendo algunas características de aquí y allá en el universo de los Dioses como: Poseidón, Tlaloc, Neptuno, Varuna en el hinduismo,  Tefnut Hija de Ra y esposa de Shu, dios del viento, diosa de la mitología egipcia, entre otros reconocidos y estimadas deidades del agua, elemento, sirva ya de paso, altamente necesario para la supervivencia humana.

  Si pensamos que con la aparición de Dioses la relación que creamos con ellos, nos protege de la muerte, aparentemente, es sólo un poco más de esfuerzo pensar en cómo es que comenzamos a pensarnos como seres relativamente racionales, con lo que no podríamos ser algo menos que la máxima creación del dios de su preferencia, con lo cual apareció, con un salto de miles de años el hombre como animal racional, con el cual teniendo refugios más seguros, agricultura y asentamientos más “civilizados”, es entonces cuando pudimos sentarnos a pensar con aún más holgura. Al menos, los más afortunados que podían dedicarse a filosofar y quienes no eran esclavos, puesto que, a ellos, les tocaba la peor parte de nuestra creciente humanidad. En ese momento no eran las bestias salvajes las más temidas, sino el propio hombre y su explotación. Gran coincidencia con la actualidad ¿No?

  En este tiempo de grandes filósofos del periodo helénico, comenzamos una vez cubiertas las necesidades, según la pirámide de Maslow, fisiológicas y de seguridad (2012), avanzando a crecer en nuestra necesidad de filiación, con lo que creamos las castas para estar lo más separado posible de los que se consideraba inferiores y más juntos de aquellos que consideramos semejantes. En este periodo se comenzó un movimiento reflexivo, filosófico en el cual, no sólo éramos la creatura primordial y cuasi semejante a Dios o Dioses, sino además teníamos un propósito, pero ¿Cuál era este? Con lo que emprendimos el camino de hacernos un lugar en el cosmos que diera sentido a nuestra existencia, el conocer como último fin, el amar, la sabiduría, etc.

  Conócete a ti mismo, palabras grabadas en piedra cuyo mandato tomó a fuego Sócrates, lema con el cual marcaría el camino que aún en día, quizá muchos estamos buscando responder muchos lustros después. Sin embargo, este giro tremendo de búsqueda de sentido, aunque nos da un propósito, como en otro momento, no nos aleja del hecho de morir y desintegrar nuestro cuerpo, pero sí, refuerza la posibilidad de una trascendencia, al existir en nosotros un ser, un alma, esta puede seguir existiendo.

  Es en este momento dónde damos un salto a la edad media, época donde nace el Homo Viator, el hombre del camino y dónde más, si ahora ya teníamos un alma, la conciencia de muerte, el lugar preferido y selecto como creación de una divinidad y además la posibilidad heredada de Platón de trascender a un paraíso. Es en este momento, pero de manera más encarnecida, dónde se perpetraban más y más crímenes de la humanidad en nombre de Dios, puesto que al separarnos en buenos y malos, en cristianos y paganos o practicantes de otras religiones, fue pretexto para continuar la dominación por el más fuerte o abusivo, según se aprecie, con lo que todo lo que pasaba en la vida se atribuía a la razón de Dios. De repente el Dios judeocristiano se convirtió en el Dios de la humanidad y no digo qué, por elección propia, sino por la elección del más poderoso, capaz de extender y promover la expansión de esta religión por los vastos confines de la tierra.

  Durante el medievo, el Homo Viator se abrió paso a través de las enseñanzas del clérigo, quien demarcaba como se debía vivir y morir, justificando el paso de una vida de angustias a una vida eterna maravillosa y feliz, una vez muerto. En este tiempo la esperanza de vida, la mortandad infantil o a edades cercanas a los 40 años eran altísimas, la muerte aún caminaba comúnmente entre nosotros, puesto las plagas, la falta de higiene y la hambruna, la colocaban como un evento que ocurría en los hogares a cada tanto. Esto, además, considerando la aparición de las interminables batallas por territorio y las Guerras Santas Europeas que adicionaban más bajas e integraban más muertos a la historia de la humanidad. En este tiempo la vida estaba sumamente regida por la religión y la amenaza constante al ser humano que, de no portarse según lo demarcado por la sociedad, podría penar los pecados eternamente en el purgatorio o sí le iba peor, siempre podría arder en el infierno. Sin embargo, en medio de todo este caos, también surgieron hermosas obras de arte, cantares, y un floreciente renacimiento que vendría de pensadores instados en sus reflexiones acerca de la necesidad del ser humano de volver a nacer.
– Con ello vinieron no solo las inventivas, si no la posibilidad de nuevos descubrimientos cuyo resultado no nos dio otra cosa, sino gradualmente la libertad y por tanto la responsabilidad de nosotros mismos.
-Con lo cual Dios dejó de ser el pretexto por excelencia, para que las cosas pasaron y fue dándose paso de la alquimia, a la ciencia.
-Con lo que no sólo comenzamos a morir menos, sino que además de esta recién ganada libertad, comenzó a aparecer el temor ¿Qué pasaría si ahora el libre albedrío de un corazón humano con sus apasionados pasos nos llevaba hacia el abismo? Lo que significaba dejar atrás el aprisionante yugo de una biblia que no podríamos comprender en su idioma privilegiado, previo a la reforma luterana, pero sin la constante y adoctrinante represión eclesiástica, ¿Qué haríamos entonces despistados, confundidos y además en libertad?

  De ese espacio nuevo de cierta independencia comenzamos nuevos cuestionamientos, un sentido propio de la vida y la muerte, habiendo personas que se quedaron en el camino trazado por ser más seguro que el emprendimiento puro, o tal vez, porque el olor a hollín del infierno aún llenaba sus recuerdos de un futuro amenazador y eterno. Durante este periodo la necesidad antropológica de la muerte estaba menos centrada hacia la lucha por la prevalencia de un lugar en el paraíso, el cual comenzamos a dudar como morada sempiterna. ¿Qué pasaría sí la eterna morada no llegaba nunca con nuestro salvador?, qué corta parecía ahora la vida sin su añadida y afable eternidad, si no nos atrevíamos a vivirla en el momento presente. Así que pensadores existencialistas salieron a hacerle frente a nuestra nueva reflexión vital; los Existencialistas, siendo las principales corrientes: el Existencialismo agnóstico cuyos representantes fueron: Karl Jaspers y Albert Camus; El existencialismo ateo de Friedrich Nietzsche, Martín Heidegger, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y finalmente y no menos importante, aún con reminiscencias de santidad y espíritu, el Existencialismo Cristiano proclamado por Blaise Pascal y Fiódor Dostoyevski (Prini, 1957, p. 4-18).

  En este escenario aparecerían filósofos existencialistas como Søren Kierkegaard, León Chestov y Gabriel Marcel. De estos afamados filósofos encontramos concepciones acuciantes en su periodo vital, pues de nueva cuenta no sólo preguntábamos cuál era el motivo de nuestra existencia, sino cuestionábamos si no existía ya ninguno, sí la muerte era un punto final a la vida y nuestra vida podría ser caótica, sin propósito alguno y también vacía. Fue en ese momento cuya inminente frialdad atravesó la conciencia de un célebre autor, Nietzsche, cuya sentencia citó: Dios ha muerto, analizado en varias ocasiones por Herbert Frey[1] (2009). Esta consecución, seguro volvió loco a más de uno, sino quizá por la sífilis que por entonces cobró la cordura de muchos intelectuales de la época. Aunque siendo más positivos, también podemos identificar muchos cambios favorables en la humanidad, tal como la necesidad de preservar la vida, con lo que aparecieron avances en la medicina, la revolución industrial, entre otras cosas que nos ayudaron a responder a este nuevo sentido de urgencia del saber, no sólo que íbamos a morir, sino, que hay que hacer qué valga la pena y sea lo más perdurable y significativa nuestra estadía en este lugar. De este rescate nacería la necesidad de enfocarnos en algo más grande que nosotros, en la moral, y el rescate de nuestro sentido como seres humanos.

  La temporalidad de ese momento, aunque no nos salvó de seguir jugando a la guerra, nos permitió hacerle un nuevo frente al miedo a la muerte, pues por esta fecha, el morir podría significar, dejar de existir en forma definitiva. Los mitos dejaron de ser tan poderosos como para cobijar nuestras almas quizá ahora perdidas en un purgatorio terrenal. No nos alcanzaba ya, el salvador para ser salvados y una nueva división de hombres surgiría; aquellos hombres de fe ya sea en la ciencia o en Dios, o en ambos, ¿Por qué no? Y los que no lograron aferrarse a nada, más allá de ellos mismos, concepción algo solitaria, pero válida para muchos. Nació de esta era, un hombre singular que buscaba su lugar en el mundo y el sentido de su viaje en este plano terrenal, puesto que como antes se mencionó, podría no existir otro.

  De esta meditación compartida podemos quizá pensar en aquello que nos puede hacer humanos, al menos en una versión elevada, siendo justo la conciencia de la muerte y el amor, ambos conceptos que nos conectan y sujetan a algo más grande que nosotros. No sólo porque el otro, así como nosotros, vamos a morir, sino porque casi todos tenemos algo o alguien a quien amar y eso nos constituye como especie, aunque otros seres puedan tener también sus formas de amar y sentidos que sugieren que podrían percibir que morirán pronto. Tal como la mascota que se va y se aleja para morir tranquilo o que después de escuchar nuestras palabras, cierran los ojos para no despertar.

  Del higienismo y el avance de la medicina en la modernidad tenemos grandes bendiciones, tal como extender nuestra vida, darnos tiempo de envejecer y mirar a nuestras nuevas generaciones. En este plano se tiene cada vez más comodidades y el hombre a pasos agigantados llega no sólo a nuevos confines de la vida a través de miradas subatómicas, sino a conocer en una milimétrica parte, el universo exterior. En la modernidad naciente tuvimos que comenzar a competir con nuestros nuevos ayudantes- adversarios según se haya vivido, las máquinas, una suerte de caricatura apreciable que podemos ver en la película de Charles Chaplin, Tiempos modernos. Ahora la vida no sólo pasaba rápido, sino que algo podría sustituir nuestra principal contribución vital, nuestro trabajo. Creo entonces que dando paso a la posmodernidad el ser humano en carrera frente a la muerte necesitaba ponerse a correr, a imitar a la máquina para no ser descontinuado, ser más ágil, más inteligente, más eficiente. Entonces esa vieja herencia de la explotación del hombre por el hombre se convirtió en la explotación del hombre a sí mismo ¿Qué ironía no?, de tanta libertad, que ahora creamos a nuestros propios terminators[2] y si fuera poco, nos torturamos por no ser la imagen y semejanza de esos Dioses tecnológicos globalizantes que hemos instaurado.

  Es en esta posmodernidad donde tratamos de aferrarnos a vivir, comprando los últimos equipos tecnológicos o, usando el último grito de la moda y generando un culto modernizado de un cuadro medieval, la fotografía o selfies que intentan recrear la maravillosa vida que queremos que el otro asimile que tenemos. Siendo la experiencia a veces más apreciada en plataformas como Instagram, que en el momento mismo del suceso.

  Este mundo al que nos enfrentamos es aquel donde se ha avanzado a pasos agigantados, también ese espacio en el que hemos confraternizado con otro, apenas imaginable gracias a las redes sociales.  Nos hemos maravillado ampliando las fronteras geográficas, con la que podemos saber que, si existen los abismos, tal como los peces avísales, las grandes montañas, los amores a distancia, los grandes parajes de tierras fértiles que aún no exterminamos. Con las redes, hemos conectado con nuestra humanidad, que quizá sea multicolor, no sólo seres de luz, como nos dicen por ahí, sino seres con oscuridad y alhoz de colores. En este mundo tan sorprendentemente tecnológico y exigente y maravilloso a la vez, tenemos de nueva cuenta, el reto de vivir ahora y de crear nuestra mejor muerte, sabiendo al menos que vamos a morir, trabajando por reconciliar esta idea y crear nuestro propio cielo, integración a la energía o regreso a casa, según cada uno lo vea. A algunos se les acabó Dios, pero ganaron a la naturaleza y los hongos mágicos que habrán de descomponerlos para regresar a la madre tierra respondiéndole a su tanta generosidad.

  Ahora como verdadero tributo a la vida y la muerte podemos agradecer a través de estudiar y aplicar teorías como la historia, la antropología y la tanatología, primordialmente la del siglo XXI, al dar reconocimiento y espacio a todos esos años de contribuciones que nos dieron los antepasados, a todas esas conciencias iluminadas con la que podemos conectar, podemos concientizar leyendo algo de esos pensadores y conocer lo que aportaron al otro lado del mundo, a veces con un par de clics, mucha perseverancia y unos shots de café. A veces dejándonos impregnar por toda esa información a la que tenemos acceso, sabiendo que tenemos una vida o muchas, para los que crean en la reencarnación, pero al menos la oportunidad de estar vivos, trascender, amar y dejar de correr contra la muerte, para aprender a vivir con ella aun lado nuestro, sabiendo que los seres de esta tierra, hemos de estar en ella, “solo un poco aquí” (Nezahualcóyotl, 2018 p. 106), como decía Nezahualcóyotl (2018,p. 107), “Si el jade y el oro se quiebran y rompen, los rostros y corazones, más frágiles aún, por muy nobles que hayan sido, como flores habrán de secarse”. Aunque, si lo integramos en una nueva filosofía del amor y búsqueda de sentido, podremos perdurar con cada paso que demos, amando, compartiendo lo que tenemos para dar, trascendiendo en la idea de un lugar infinito, pero cuyo reflejo es este mundo, haciendo, comiendo, viviendo y creando, algo más grande que nosotros mismos. Aportando a disminuir el sufrimiento de otros o al menos tratando de hacer el menor daño y dar siempre que se pueda.

En esta época de posmodernidad no sólo tenemos muchos más gadgets ahora con los cuales auxiliarnos y también disfrutar, sino que tenemos la titánica tarea de no perdernos en la multitud, la economía global, y no sucumbir a la batalla de sobresalir en todas esas vidas exitosas de Facebook, sino la necesidad de reclamar opciones más espirituales para integrar esta parte más profunda y esperanzadora, esa que quizá, se fue escindiendo con el tiempo y el progreso. Duro reto ¿No?, volver a desenamorarnos de lo que brilla y enamorarnos una vez más de la eternidad, el amor, la compasión y la creación, exhorto que nos hace el estado de la actualidad y sus manifestaciones.

Antes de terminar este artículo me gustaría decir, que nuestra conceptualización de la muerte puede trabajar en favor de una vida con significado, si le permitimos simbolizar nuestro tiempo en la tierra de una mejor manera. Si estás interesado en resignificar tu relación con la muerte o has sufrido de alguna pérdida, no lo dudes más y acércate a un especialista en tanatología o psicooncología. Ellos pueden apoyarte en tu proceso y acompañarte en el camino de la sanación. Escríbenos, te pondremos en contacto con los profesionales.

Escrito por:  Mtra. Abigail Lucía Tapia Aguilar

Bibliografía

Frey, H. (2009). ¿Qué Dios ha muerto? Nietzsche, el nihilista antinihilista. Revista mexicana de sociología, 71(4), 715-736.

Boeree, G. (2003). Teorías de la personalidad, de Abraham Maslow. Traducción: Rafael Gautier.

Morin, E. (1994). El hombre y la muerte. España: Kairós. (6ª ED.) 

Nezahualcóyotl, P. (2018). Selección de poemas de Nezahualcóyotl. La Manzana de la Discordia, 13(1), 106-108.

Prini, P. (1957). Las tres edades del existencialismo. Monteagudo.

Referencias Cinematográficas:

Cameron,J.(1984): “Terminator”. Los Angeles: Hemdale Film.

Chaplin, C. (director y productor). (1936). Tiempos modernos. [Película]. Estados Unidos: United Artists.


[1] Herbert Frey Nymeth es Doctor en filosofía por la Universidad de Viena. Es investigador titular C de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel III. Sus líneas de investigación son Filosofía e Historia de Occidente, Historia de las religiones comparadas, Filosofía política y Recepción internacional de Nietzsche. (Recuperado el 13/05/2022 en http://www.posgrado.unam.mx/filosofia/?tutor=frey-nimeth-herbert)

[2]  Película estadounidense de ciencia ficción y acción de 1984, dirigida por James Cameron, coescrita por, Gale Anne Hurd y William Wisher Jr. En 2008 la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos seleccionó la película para su preservación en el National Film Registry encontrándola «cultural, histórica o estéticamente significativa”.

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